Todo en la vida tiene un lado B
La multipotencialidad no es la excepción. Detrás de la curiosidad infinita, la creatividad y la capacidad de reinventarse, también aparecen desafíos muy reales que a veces preferiríamos evitar.
Uno de los más frecuentes es la presión social. Esa sensación de que “hay que elegir un camino” como si existiera una especie de contrato tácito con la coherencia.
Elegí uno. Comprometete. Especializate.
Esa exigencia externa suele generar ansiedad, sobre todo cuando sentís que ninguna opción te representa del todo, o que elegir una implica renunciar a partes tuyas que también querés habitar.
Después está el miedo a dispersarse.
Esa vocecita —interna o con nombre y apellido— que repite:
“No terminás nada.”
“Tenés que enfocarte.”
“No podés con todo.”
A veces tiene razón: no podemos con todo. Pero eso no significa que estemos fallados, ni que “nos falte foco”. Significa que necesitamos otras maneras de organizarnos, de priorizar y de combinar lo que nos entusiasma con lo que hoy es posible.
A eso se suma el clásico desafío de la agenda: el tiempo y la energía no son infinitos (aunque ganas no falten).
Equilibrar varias pasiones puede sentirse como una coreografía complicada. Y aun así, cuando le agarramos la mano —y nos damos permiso para tener nuestro propio ritmo—, se vuelve muy natural.
Hiperfoco: ¿superpoder?
Otro de los monstruos-amigos del perfil multipotencial es el hiperfoco. Ese estado en el que te obsesionás con un tema, te sumergís a fondo y avanzás en tres días lo que otros harían en un mes.
Suena ideal, y a veces lo es. Pero también tiene un costo: te consumís, te olvidás de comer (dicen), no podés dormir y, cuando salís, quedás drenad@ como si hubieras corrido una maratón en el barro (¡y en ojotas!).
El problema es que este estado no aparece “porque sí”. Según Carlos Ramírez (@nekodificador), la hiperfocalización se activa con ciertos triggers muy claros:
que la tarea sea nueva,
que represente un desafío exigente pero alcanzable,
que tenga un grado de urgencia que prenda el sistema.
Si no hay novedad, no hay reto y no hay urgencia, el cerebro multipotencial simplemente… no arranca.
Y ahí entra nuestro otro clásico:
Procrastinación: la sombra gemela del hiperfoco
Cuando nada es lo suficientemente estimulante, aparece ese limbo en el que postergamos lo importante y hacemos cualquier otra cosa que nos dé un mínimo de dopamina.
Y después nos sentimos culpables, obvio. Muchas veces no procrastinamos por vagancia, sino por falta de activación interna.
Entonces, ¿qué hace el cerebro? Convierte la tarea en urgente. La deja para último momento para que, de repente, el desafío y la presión aparezcan.
Vivimos oscilando entre estos dos extremos: entusiasmo al rojo vivo / motivación en coma. No es cómodo… pero es bastante habitual.
La cuestión económica y la idea del valor
Durante mucho tiempo pensé que la relación entre multipotencialidad y dinero estaba directamente ligada a la especialización. Si elegías un solo camino, era más fácil ponerle precio a lo que hacías. La línea recta daba seguridad. Y, supuestamente, también valor.
Pero la realidad actual muestra algo distinto: el valor no está en el título que tenés, sino en lo que creés que valés.
Las personas y las empresas pagan por lo que perciben como valor. Pero si vos mism@ no lo percibís —tengas mil títulos o uno solo—, da igual. El valor no depende únicamente de cuántos años se sostuvo una misma actividad, sino de las habilidades que se desarrollan en el proceso.
En síntesis:
La multipotencialidad tiene luces y sombras. Entender este lado B no es para desanimar, sino para normalizar: nadie está fallado. Solo hay patrones distintos, necesidades distintas y formas diferentes de organizar la vida.
Cada perfil tiene su lógica. La multipotencialidad también.
Tatiana Letto